Foto: Archizoom Associati. Quartieri Paralleli para Berlín (1969).
Una de las capacidades de arquitectos e ingenieros en la proyectación de la ciudad es la posibilidad de otorgarle identidad. Si empleamos la definición de identidad como la circunstancia de ser una cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras, comprobamos que lo diferencial constituye la clave para su consecución. Ejemplos de ciudades con identidad hay muchos, precisamente todos reconocibles por diferentes características arquitectónicas y espaciales, desde el París de Georges-Eugène Haussmann (curiosamente proyectado por un licenciado en derecho y astuto financiero) hasta el Nueva York de Manhattan y sus ordenanzas, pasando por el Ensanche Cerdà de Barcelona o el Berlín de la antigua República Democrática Alemana. En ocasiones la ciudad se identifica con un único espacio o edificio, transformado por el paso del tiempo en auténtico símbolo internacional, como la Habana y su conocido Malecón, Marrakech y su plaza Yamma el Fna o el Estambul de Santa Sofía. Todas ellas convierten, proyectan y utilizan el hecho urbano y arquitectónico que las diferencia para posicionarse en el conjunto de mapas en los que por necesidad deben estar presentes, bien sea el turístico, patrimonial, económico, social o incluso religioso.
A finales de la década de los años noventa el arquitecto y urbanista Rem Koolhaas abre el debate de la conveniencia de ciudades con identidad y del fenómeno al que se estaba asistiendo en las grandes metrópolis del planeta, puesto que convergen hacia una suerte de afinidad genérica que las iguala, las hace homogéneas y similares. En el primer párrafo de su escrito Ciudad Genérica, Koolhaas plantea la cuestión:
“¿Son las ciudades contemporáneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, ‘todas iguales’? … Y si es así, ¿a qué configuración definitiva aspiran? La convergencia es posible sólo a costa de despojarse de la identidad. Esto suele verse como una pérdida. Pero a la escala que se produce, debe significar algo. ¿Cuáles son las desventajas de la identidad; y, a la inversa, cuáles son las ventajas de la vacuidad? ¿Y si esta homogeneización accidental − y habitualmente deplorada – fuese un proceso intencional, un movimiento consciente de alejamiento de la diferencia y acercamiento a la similitud? ¿Y si estamos siendo testigos de un movimiento de liberación global: ‘¡Abajo el carácter!’? ¿Qué queda si se quita la identidad? ¿Lo Genérico?”
Numerosos autores ya habían contestado, no obstante, a esta pregunta. Sociólogos de la escuela Lefebriana como Manuel Castells u Horacio Capel, o urbanistas preocupados por el fenómeno de la identidad como José Fariña o José Juan Barba ya lo habían identificado con la escala local, lo próximo y lo concreto: la identidad, en urbanismo, se relaciona directamente con el sentido de pertenencia de un grupo a un lugar físico concreto (recomiendo las entradas dedicadas a la identidad en el blog de José Fariña).
En este sentido, y respecto a lo que aquí interesa, el siglo XX dejó un gran número de iniciativas por parte de arquitectos e ingenieros encaminadas a la construcción de “lugares físicos concretos” en la ciudad. En algunos casos se propusieron edificios singulares, con vocación de convertirse en simbólicos, pero en otros muchos más se emplearon extensiones o áreas residenciales (los elementos constantes de Bailly) para transformar los crecimientos urbanos dotándolos de singularidad. Por poner algunos ejemplos, baste recordar las visionarias propuestas de Piero Portaluppi de 1926, Studies for dwellings and offices in “Hellytown”, la Ciudad del Bienestar de Ludwig Hilberseimer (1927); la Brasilia de Lucia Costa o Chandigarh de Le Corbusier, las propuestas de Kenzo Tange para la bahía de Tokio (1960), el Quartieri Paralelli para Berlín (1969) de Archizoom Studio, los bloques residenciales de Josef Kaiser para el Berlín de 1960 (Großhügelhaus, Bildmontage: Dieter Urbach, 1971); la megaestructura de Buckminster Fuller para el cubrimiento de Manhattan o las más recientes imágenes poéticas del joven Gabrielle Boretti para Estambul. La lista puede hacerse interminable porque tan sólo durante la centuria pasada fueron miles los proyectos que imaginaron una ciudad futura desde la ensoñación y la forma. Animo al lector a profundizar e indagar en aquéllos ya que una investigación pausada arrojaría resultados cuando menos interesantes y sugerentes.
Foto: Pietro Portaluppi. Studies for dwellings and offices in «Hellytown» (1926).
Foto: Kenzo Tange. Tokyo Bay Masterplan. 1960.
Foto: Buckminster Fuller. Dome Over Midtown Manhattan. 1960.
Foto: Josef Kaiser. Bloques residenciales. Berlín. 1960.
Resulta evidente que muchas de ellas son sólo propuestas gráficas y difícilmente materializables, más próximas del terreno de lo virtual y especulativo que de lo factible. Pero su pertinencia queda patente por varias razones: en primer lugar, porque la arquitectura debe reivindicar o debe asumir su papel de visionario en los crecimientos de la ciudad, pues de otro modo éstos quedan en manos de profesionales alejados de las condiciones físicas, formales y estéticas. La necesidad de visionar crecimientos o transformaciones urbanas desde la forma, lo físico y lo visual es un campo que pertenece a la arquitectura y, tal y como escribía al comienzo del texto, debe hacerlo procurando identidad (aunque de modo local) a la ciudad. En segundo lugar, porque la Historia ha demostrado que, aunque en pocas ocasiones, algunas ensoñaciones urbanas pueden llegar a convertirse en realidad. Para los incrédulos, recomiendo un viaje a Brasilia, la Via Vittorio Emmanuele de Palermo o la Roma de Giuseppe Valadier. Y en tercer lugar porque, siguiendo a Joseph Rykwert, “el planificador de hoy en día tiene que aprender una lección importante de su antiguo predecesor, es decir, que cualquier `patrón` que la ciudad ofrezca tiene que ser lo suficientemente fuerte para sobrevivir a cualquier inevitable desorden, y tiene que estructurar la experiencia urbana”.
Foto: Gabrielle Boretti. Istanbul. Postcards from the future. 2014.
…es Brasilia un caso real de un fracaso urbano deshumanizado aunque bello?
…dan miedo los urbanistas o las escalas desproporcionadas?
Una vez mas, gran reflexión Asier.
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