Paseo de Copacabana. Río de Janeiro. Roberto Burle Marx.
El espacio urbano o el paisaje habitado pueden y deben proyectarse como objetos, entidades o lugares inevitablemente bellos. Quién así no lo perciba malogra la oportunidad que significa su transformación a partir de la ordenación de su forma, materia y función. Al igual que en la realidad arquitectónica construida, en el espacio urbano la proporción de mediocridad o vulgaridad es excesivamente elevada, habiéndonos malacostrumbrado a unos entornos habitados pobres de contenido, utilidad e, insisto, belleza.
Afortunadamente han existido, existen y existirán arquitectos, paisajistas e incluso escultores que han pensado el espacio urbano valorando tanto la cuestión estética como la funcional. Lo cual ha provocado que sus propuestas pasen a ser consideradas obras artísticas y patrimonio cultural de la historia de la ciudad y el paisaje.
Nombrarlos a todos aquí no es pertinente, aunque una pequeña muestra de ellos es suficiente para apoyar lo dicho previamente. Limitándola al siglo XX, se pueden elegir diez maestros en el arte de diseñar el espacio abierto que desde su particular genio han conseguido construir entornos abiertos de sublime belleza. En los siguientes textos incluiré la aportación de cada uno de ellos para recordar, aunque de modo breve, sus importantes aportaciones. Y aunque sin ánimo de clasificarlos bajo ningún movimiento o “ismo”, tal vez su asociación a una cultura o continente determinados pueda servir para encontrar concomitancias o diferencias en el quehacer de su pensamiento y obra.
Así pues, me referiré al brasileño Roberto Burle Marx (1909-1994) y al mexicano Luis Barragán (1902-1988); al español César Manrique (1919-1992) y al griego Dimitris Pikionis (1887-1968); al sueco Erik Gunnar Asplund (1885-1940) y al danés Carl Theodor Sorensen (1893-1979); también a los británicos Alison Smithson (1928-1993) y Peter Smithson (1923-2003) y al holandés Aldo Van Eyck (1918-1999); y por último, al norteamericano Isamu Noguchi (1904-1988) y al japonés Mirei Shigemori(1896-1975). De uno u otro modo, en diferentes escalas o materiales, formas y propósitos, cada uno de los anteriores genios dejaron su impronta en las ciudades y territorios donde trabajaron. Hasta el extremo de que sus propuestas transformaron la imagen que los representa o bien se convirtieron en auténticos iconos de la modernidad, por encima de edificios o manifiestos.
Tal es el caso de Río de Janeiro, cuyos espacios públicos más reconocibles no se entenderían sin las maravillosas formas del pavimento de Burle Marx; o de las plazas del Ámsterdam de posguerra diseñadas por Aldo Van Eyck, determinantes de la identidad de la ciudad de aquellos años; o del ecológico Copenhague, en el que los espacios abiertos naturales se introducen hasta su corazón urbano gracias a que el trabajo de paisajistas como Gudmund Nyeland Brandt (1878-1945) y Theodor Sorensen fue tanto o más importante que el de Kay Fisker, Carl Petersen o Arne Jacobsen. Al mismo tiempo, espacios como la plaza del Salk Institute inspirada por Luis Barragán, el Cementerio de Estocolmo de Erik Gunnar Asplund o los paseos que circundan y sirven de acceso a la Acrópolis de Atenas de Dimitris Pikionis, por citar los ejemplos más conocidos de estos autores, son lugares públicos y abiertos que se han incorporado como obras maestras a la Historia de la Arquitectura del siglo XX.
Asier Santas.
Universidad de Aarhus. Kay Fisker (arquitecto) y Carl Theodor Sorensen (paisajista).
Accesos a la Acrópolis. Atenas. Dimitris Pikionis.
Cementerio de Estocolmo. Erik Gunnar Asplund.