LEWERENTZ Y SORENSEN: RECINTO Y UNIVERSO

Sorensen music

Jardín Musical (1954). C.T. Sorensen.

Sorensen ovalos

Naerum Kolonihaver (1948-49). C.T. Sorensen.

Sorensen ovalos 1

Naerum Kolonihaver (1948-49). C.T. Sorensen.

Sorensen Ryparken

Conjunto residencial Ryparken (1931). C.T. Sorensen (paisajista).

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Universidad de Aarhus (1931). C.T.Sorensen (paisajista).

Que la comunión con la Naturaleza forma parte de la cultura noreuropea es cuestión sobradamente conocida. Su presencia se encuentra en buena parte de sus manifestaciones vitales: desde la cabaña noruega (uno de cada dos noruegos tiene un refugio vacacional en la montaña o el bosque), pasando por ejemplos literarios como los cuentos de Hans C. Andersen –ambientados a menudo en entornos naturales-, hasta la consideración del paisajista como profesional y artista desde el siglo XIX, la sensibilidad hacia y para con la Naturaleza ha provocado ciudades en aquellas latitudes identificadas por su perfecta sintonía con el territorio.

Es evidente que el entorno lo propicia, sin duda; pero considero que no es suficiente razón para entender este maridaje (recordemos las destructivas políticas que países como China están llevando a cabo en las últimas décadas con sus procesos urbanizadores). De hecho, creo que las razones pueden encontrarse en las mismas raíces del pensamiento nórdico, puesto que apelando a su mitología y entendiendo en qué medida el Universo está sustentado por conceptos naturales se encuentran las claves genéticas que justifican esta posición.

El sólo hecho de que consideren que sobre un gran árbol -el Yggdrasil- descansan los siete reinos de la mitología nórdica es per se una declaración de intenciones; otros elementos naturales como el Bigfrost (el arcoíris que conecta el mundo divino con el mortal) y divinidades como los Vanir, dioses de los bosques y fuerzas de la Naturaleza, demuestran cuánto desde la configuración de estas comunidades hasta nuestros días la cultura nordeuropea está impresa de este amor por el Universo natural.

Suecia y Dinamarca contaron, en el paso del siglo XIX al XX, con dos excepcionales genios en la manipulación poética de la Naturaleza: Erik Gunnar Asplund y Carl Theodor Sorensen. El primero sólo necesito una obra maestra para condensar toda una constelación de relaciones individuo-paisaje; el segundo trabajó con arquitectos en la construcción del Copenhague que hoy conocemos, pues participó en la configuración de los espacios libres asociados a un considerable número de grupos residenciales construidos en la primera mitad del S.XX.

Carl Theodor Sorensen (1893-1979) fue, sin duda, uno de los grandes paisajistas del siglo XX. A través de su obra proyectual y escrita dejó un legado conceptual, urbano y social, que trasciende hasta nuestros días. Su libro “Park Politik” (1931) fue publicado por el Danish Town Planning Laboratory y distribuido a todas las municipalidades danesas como manual de diseño de parques. En sus propuestas brilló la idea del jardín como recinto en el Universo y su indisociable vinculación con el individuo, de tal forma que la casa colectiva y la ciudad se vieron beneficiados por sus espacios abiertos renaturalizados. Sorensen escribió en The Origin of Garden Art (1963, p1) que “el primer jardinero fue indudablemente una mujer (…) y lo que hizo del jardín original un jardín fue su recinto (…) Ella inventó la defensa –un límite de ramas espinosas para proteger su jardín contra ataques de bestias salvajes y criaturas semejantes”[1]. Además, en muchos de sus proyectos urbanos Sorensen diseñó parques infantiles, insistiendo en la idea de que los niños de las ciudades necesitaban tres tipos de paisaje para su desarrollo: playas –que recreó con arena y agua-, colinas para que corrieran y forestas, preferiblemente con un vacío, para que descubrieran la magia del perderse y descubrir el claro del bosque.

Animo al lector a descubrir estas y otras ideas en las decenas de proyectos que construyó Sorensen: como por ejemplo, la Naerum Kolonihaver (1948-49), cincuenta jardines al norte de Conpenhague de forma ovalada en los que tan importantes son los interiores como los intersticios; Klokkergarden, el maravilloso plan paisajístico para la Universidad de Aarhus (1931); el Jardín Musical (1954) con sus formas geométricas, todas con el mismo lado; o el Mill Creek Canal en Aabenraa (1974). Y quien visite Copenhague, que no sólo atienda a la magnífica arquitectura que allí se da cita, sino a la calidad natural de una ciudad que tanto le debe a este paisajista gracias a intervenciones como las de los conjuntos residenciales Ryparken (1931), Storgarden (1935), Bisperparken (1940-42) y Atelierhus (1943), además del teatro al aire libre Bellahoj (1950).

Más al norte, en Estocolmo, dos jóvenes arquitectos proyectaron y construyeron a partir de 1915 uno de los espacios libres más sublimes del siglo XX: Woodland, el cementerio de la capital sueca. Un año antes, el Ayuntamiento convocó un concurso internacional para su construcción en un emplazamiento de 100 hectáreas, junto a un bosque de pinos y abetos al sur de la capital. De las 53 propuestas se eligió la de Erik Gunnar Asplund (1885-1940) y Sigurd Lewerentz (1885-1975), presentada bajo el lema Tallum (“pinar” en sueco), precisamente por la preservación de la zona y sus propiedades de singular belleza”.

La estrategia del proyecto fue clara: mantener el bosque y emplearlo para crear un conjunto de solemnes recorridos y espacios en su interior, agrupando la mayor parte de los edificios a la entrada del cementerio. Ganado el concurso, Lewerentz se encargó de proyectar los espacios libres, mientras que Asplund hizo lo propio con las edificaciones.

Visitar Woodland es internarse en un conjunto de lugares (bosque, caminos y claros) donde se nos aproxima al momento trascendental de la muerte, del paso de una vida a otra. Este tránsito místico se recrea magistralmente con el caminar lento y suave entre miles de pinos orientados al cielo, a lo largo de ejes infinitos que se apoyan en la cruz, en un crematorio o en un pórtico. La entrada al Cementerio es todo un manifiesto: se descubre un camino en ligera pendiente hacia la cruz que espera solemne, pero también la Colina de la Meditación con sus doce olmos, los únicos árboles de hoja caduca que renacen cada año por primavera, y a la que se asciende mediante unos escalones que van variando sus huellas y tabicas. Más allá, el bosque, el Universo. Y en él, los claros, los vacíos. La Capilla del Bosque, la Capilla de la Resurrección y el Camino de las Siete Fuentes… Cualquier descripción de lo que allí acontece sería pobre y parcial, pues lo profundo de estos espacios sólo puede aprehenderse con la experiencia personal.

Así pues, Lewerentz y Sorensen fueron maestros en la creación de espacios abiertos íntimamente ligados a la Naturaleza. En la ciudad y en el mismo territorio, ambos maestros y otros grandes nombres de la escuela paisajística nórdica han sabido manipular sensible y poéticamente aquélla, enfrentándose a un todo (el bosque o la ciudad) desde la sencillez de la parte (el claro o el jardín).

Asier Santas.

[1] BOSSELMANN, Peter, “Landscape Architecture as Art: C.Th.Sorensen. A Humanist”, Landscape Journal, 1998.

 

Lewerentz plano

Cementerio de Estocolmo (1915). E.G.Asplund y S. Lewerentz.

Lewerentz Entrada

Cementerio de Estocolmo (1915). E.G.Asplund y S. Lewerentz. Acceso.

Lewerentz Colina

Cementerio de Estocolmo (1915). E.G.Asplund y S. Lewerentz. Colina de la Meditación.

Lewerentz Camino

Cementerio de Estocolmo (1915). E.G.Asplund y S. Lewerentz. Paseo de las Siete Fuentes.

Asplund Capilla

Cementerio de Estocolmo (1915). E.G.Asplund y S. Lewerentz. Capilla del Bosque.

 

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