LA CASA Y LA CIUDAD

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Johannes Vermeer. «La Callejuela». La tranquilidad y el orden doméstico y urbano. (1657-1658).

La casa y la ciudad

Una de las principales funciones de la ciudad es, sin lugar a dudas, albergar la habitación humana. Y no por elemental y básica deja de ser compleja esta afirmación. Ya que por habitación humana debemos de entender no sólo lo relativo a la arquitectura del espacio doméstico y privado, sino al sinfín de planos materiales e inmateriales que componen la realidad de la casa urbana.

Como ha señalado Carlos Martí, la ciudad se concibe “como lugar en el que se equilibran y complementan el espacio construido y el espacio libre y en el que la habitación humana, desde un nivel más elevado de sociabilidad, recupera el contacto con la naturaleza”[1]. A partir de este alegato fundamental, basado en la idea de la armonía entre casa, ciudad, individuo, sociedad y naturaleza, toda aportación o estudio urbano que no avance más allá del mismo se verá abocado a la parcialidad y simplificación con la que considerar un tema tan universal.

En primer lugar, casa y ciudad deben pensarse y proyectarse desde la indisolubilidad. Concebir una vivienda como artefacto particular y aislado, ajeno a su condición de pertenencia a lo colectivo, es tan pobre como concebir la ciudad y sus cambios sin tener en cuenta las historias vitales de cada uno de sus habitantes. Cada vivienda parte de un camino común, material, tipológico, que apenas dura el instante de su construcción o nacimiento. Y es en el momento de la “instalación humana” cuando arranca un proceso de enriquecimiento que repercute en la ciudad sin retorno, en su historia, identidad y funcionamiento. Lo material e inmaterial se funden en este binomio edificado haciendo que casa y ciudad se conviertan en hogar e institución.

Marta Llorente ha señalado la “necesidad de comprender la ciudad desde un plano estructural y físico al mismo tiempo que experiencial y humano”, desde un “punto de vista intermedio entre la realidad física y la experiencia, que aspira al conocimiento íntegro del espacio, proporciona un aspecto de la reconstrucción histórica en el que los estudios de arquitectura urbana convergen con otras ciencias; convergen para contemplar las formas urbanas o arquitectónicas y los comportamientos de las sociedades dentro de ellas” [2]. Desde esta perspectiva, todavía está pendiente de estudio el entendimiento de la historia de la vivienda urbana en cuanto “receptáculo que encierra la extrema soledad o la más insólita maravilla”[3], un estudio de la historia de las emociones colectivas que sólo han sido posibles en el mundo de las ciudades, en tanto que universos que condensan en sus dos realidades más extremas los ámbitos del dominio doméstico individual y del dominio urbano colectivo.

Esta investigación deberá apoyarse, entre otros campos, en los recientes avances de la joven Historia de las emociones, en el análisis de las aportaciones cinematográficas, fotográficas y literarias de los siglos XX y XIX, en la psicología del siglo XIX, en la pintura centroeuropea del siglo XVII y en los estudios de la historia de las civilizaciones que autores como Johan Huizinga han llevado a cabo en épocas como la Edad Media. Por supuesto, en el poso de las evidencias dejadas por la civilizaciones más antiguas y en los constantes hallazgos arqueológicos de las primeras ciudades indoeuropeas.

En la fricción y los intercambios entre ambas realidades construidas –casa y ciudad- se va produciendo la maduración, la evolución de los sentimientos humanos, la consciencia de la soledad, la esperanza, la alegría, la angustia o el miedo, por ejemplo. Y proyectar la ciudad o proyectar un edificio de viviendas y su espacio inmediato debe hacerse desterrando definitivamente su condición especulativa, y asumiendo que el nexo que los une no es otro sino el individuo que los da vida. Porque al colocar en el centro de la producción de ambas escalas a la persona, se resuelve definitivamente la dicotomía, la bifurcación entre el proyecto urbano y el arquitectónico. Cada uno alcanzará la definición necesaria para poder abastecer, desde su construcción, las necesidades materiales e inmateriales del ser urbano, aquellas que transforman la casa y la ciudad en nuestros hogares.

Asier Santas.

[1] MARTÍ ARIS, C., Las formas de la residencia en la ciudad moderna, UPC Universitat, Barcelona, 2000, P.42.

[2] LLORENTE, M., La ciudad: huellas en el espacio habitado, Acantilado, Barcelona, 2015, P. 278.

[3] LLORENTE, M. Op. Cit., P. 399.

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Edvard Munch. «El grito». 1893. El miedo y la angustia en la ciudad.

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Edward Hopper. «Morning sun». 1952. La soledad en la ciudad.

 

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